Bronzino: Alegoría
Óleo sobre tabla. Hacia 1546. 146 x 116 cm.
National Gallery. Londres.
Hasta hace poco, el manierismo ha sido considerado como un estilo decadente, plagado de representaciones licenciosas. Este juicio de valor, que invoca conceptos morales que nada tienen que ver con el arte, estuvo motivado por obras como esta Alegoría del Amor y del Tiempo.
Es este un ejemplo típico de un género cortesano instigado por una oligarquía intelectualizada, adicta al neoplatonismo, que deseó crear un monumento estético a su propia memoria. Los ideales clasicistas fueron, en virtud de ello, proyectados sobre lo que es esotérico y fantástico, adoptando la representación de la figura humana nuevos cánones y normas plásticas. La pintura se convirtió en el campo de batalla entre lo elegante y lo pintoresco, lo bello y lo feo, en un conflicto de actitudes dinámicas que se oponen y se contrarrestan. El cuerpo humano pasa a ser un laboratorio para la experimentación de la forma, en la que un deseo de originalidad impone actitudes "serpentinatas", helicoidales, que corresponden al concepto de la "bella maniera" o "maniera moderna".
Este cuadro de Bronzino es un paradigma de esta tendencia ideológica y estética. En primer lugar, porque su tema es incomprensible y evidentemente irreal; en segundo lugar, porque la distorsión formal y la orgía compositiva responden al paradójico propósito de expresar principios morales con un lenguaje erótico.
Esta pintura ha recibido títulos diversos: "Venus, Cupido, la Locura y el Tiempo", "El Placer y el Juego" o, simplemente, "Alegoría", lo que indica que se desconoce la clave para descifrar su exacto significado.
La composición muestra en el centro a Venus, la diosa pagana del amor, desnuda; sostiene con su mano derecha una de las flechas de Cupido y con la izquierda una bola de oro. Su hijo, el joven Cupido alado, la abraza de una forma muy sugestiva y erótica: besándola en la boca abrazándola por el pecho y la cabeza. A la derecha del grupo central encontramos un niño con cara de felicidad que, según los expertos, representa el Placer: es un "putto" que se dispone a tirar un manojo de rosas; esta figura infantil lleva cascabeles en los tobillos y ha pisado un haz de espinas con el pie derecho. Le sigue una extraña joven vestida de verde que deja entrever bajo el vestido un cuerpo en forma de serpiente enroscada que tiene en las manos una bresca y una zarpa de ave de presa. Probablemente simboliza el Engaño, una calidad desagradable -de aspecto encantador, pero detestable bajo la superficie- que suele acompañar al Amor. A la izquierda del grupo central, recortado por el perfil del cuerpo y de la ala de Cupido, aparece un personaje que se arranca los cabellos con las manos, y tiene un rostro crispado por una horrible mueca (¿se trata de un hombre o una bruja rabiosa?). Representa los Celos, esta mezcla de envidia y desesperación que también a menudo acompaña al Amor. Las dos figuras principales se encuentran sobre un fondo compuesto por una tela azul y un cojín de seda roja, detrás del cual aparecen, en la parte superior, dos figuras levantando una cortina que, por lo que parece, escondía la escena. El hombre es el Padre Tiempo, tiene alas y lleva su simbólico reloj de arena. Es el Tiempo, quien advierte sobre las múltiples complicaciones que acechan al tipo de amor lujurioso aquí representado. La mujer de perfil situada delante de él a la izquierda, que por el hieratismo de su rostro parece llevar una máscara similar a las que se encuentran a los pies de Venus, se interpreta como la Verdad; es quien desenmascara la difícil situación de terrores y placeres que, inevitablemente, conllevan los dones de Venus.
Ha sido interpretado sucesivamente, como símbolo de la mentira y de los celos. Según Vasari, el cuadro representa la seducción de Venus por Cupido, con la comparecencia del Placer y la Burla -a la derecha-, y la Hipocresía y los Celos. Para los historiadores contemporáneos, el cuadro tienen que tomarse como símbolo de que el placer que produce el Amor se convierte con el tiempo en celos y desesperación. También se ha sugerido que representa la sumisión de Cupido a Venus, en presencia de las fuerzas que rigen la vida. El cuadro comunica, por lo tanto, una máxima moral: que los celos y el engaño pueden ser los acompañantes del Amor, de la misma manera que lo es el Placer. Sin embargo, este mensaje moral no nos llega directamente, sino mediante una compleja alegoría que utiliza el sistema de las personificaciones. El objetivo de esta pintura no era describir lúcidamente una historia para los iletrados, sino intrigar a un público muy erudito y, en cierta manera, jugar con él. La obra fue ejecutada para el Gran Duque de Toscana y éste lo regaló a Francisco I rey de Francia. Era, por tanto, una pintura pensada para entretener y edificar a una minoría cultivada.
La alegoría de Bronzino nos da mucha información sobre una sociedad cortesana, refinada intelectualmente, quizás incluso asqueada, a quien le gustaban las adivinanzas y que inventaba sofisticados juegos mediante el arte.
El grupo principal de figuras, Venus y Cupido, forma una "L" de tonos pálidos siguiendo la forma del marco del cuadro. El pintor ha equilibrado este grupo con otro en forma de "L" invertida, formado por la figura del niño que simboliza el Placer y la cabeza y el brazo del Padre Tiempo. Estas dos "eles" forman un rectángulo que enclava firmemente la representación dentro del marco, y así queda asegurada la estabilidad de esta composición, por otro lado muy compleja.
En esta alegoría la acción irradia desde el beso de las figuras principales: una serie de círculos concéntricos (con el beso como centro) muestran de qué manera las poses están en función del resultado deseado. No sólo los miembros, sino también las proyecciones de las miradas conducen nuestros ojos al punto focal.
Todo el espacio está ocupado por objetos o figuras; esta especie de "horror vacui" está relacionada con el espíritu y el tema de la obra: la agitación y la de decisión. El amor, el placer, los celos y el engaño están enredados en una estructura complicada formal e intelectualmente.
Los perfiles son fríos y duros, de superficies limpias, brillantes y redondeadas; casi parecen de mármol. La sensación de dureza y frialdad está intensificada por los colores usados: casi exclusivamente el azul claro y el blanco de nieve, con pinceladas de verde y azul más oscuro (el único color cálido es el rojo del cojín en el que se arrodilla Cupido). La figura serpentinata, la blancura marmórea de los cuerpos, la precisión en el dibujo, el artificio de un color cristalino, contribuyen al célebre erotismo frío, opuesto a lo que normalmente asociamos con la actividad sensual que ocupa el centro del cuadro. Con este procedimiento, un gesto de amor o de pasión, generalmente tierno o ardiente, aparece representado como algo calculado y glacial. Se establece una especie de tensión entre formas y colores por un lado y el tema por otro.
Como prueba del tortuoso proceso de ejecución del cuadro, los exámenes radiográficos muestran un gran número de arrepentimientos. Prácticamente todas las figuras experimentaron cambios de posición. El realismo erótico de los detalles motivó, ya antiguamente, un repintado general con velos que cubrían Cupido y Venus y la supresión del pezón de la diosa que hay entre los dedos de su amante. En 1958 estos añadidos fueron eliminados durante una limpieza del cuadro.
Bibliografía
Malins, F. (1983), Mirar un cuadro. Madrid. H. Blume.
Woodford, Susan (1985), Cómo mirar un cuadro. Barcelona. Gustavo Gili.
Fuente: http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/percepcions/perc65.html
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