jueves, 27 de octubre de 2011

El éxtasis de Santa Teresa




Bernini, Gianlorenzo
Nacionalidad: Italia
Nápoles 1598 - 1680 
Escultor
Nacido en Nápoles en 1598, hijo del también escultor Pietro Bernini, pronto empezó a trabajar para el cardenal Scipione Borghese, quien le convirtió en su protegido. De ésta primera época son las obras Cabra amaltea (1615), "Eneas y Anchises" (1618-19) y "Neptuno y Tritón" (1620) de claro estilo manierista por influencia de su padre. Por encargo del cardenal realiza "El rapto de Proserpina" (1621-2), "David" (1623) y "Apolo y Dafne" (1622-24), obras caracterizadas por una evolución de su estilo hacia la caracterización psicológica de los personajes, que esculpe repletos de fuerza interior, y la delicadeza de los acabados.Su estilo bebe de fuentes diversas, como Miguel Angel, el clasicismo greco-romano, el naturalismo de Caravaggio o el tratamiento de los rasgos corporales de Guido Reni. Su básica innovación consiste en acercar al espectador a la obra, haciendo a éste partícipe de la acción, rompiendo las fronteras tradicionales de la obra de arte. Es por ello considerado como uno de los creadores del Barroco. Las mejores muestras de su hacer son el Extasis de Santa Teresa y las tumbas de Urbano VIII y Alejandro VII en el Vaticano. También trabajó para Luis XIV, para quien realizó un excelente busto, si bien no intervino en la modificación del diseño del Louvre como inicialmente estaba previsto. Falleció en 1680.(http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/personajes/6141.htm).
El genial Gianlorenzo Bernini se formó en el taller de su padre Pietro Bernini. Ya en sus primeras obras como la Cabra Amalthea, realizada hacia 1611, se pone de manifiesto su virtuosismo a la hora de trabajar el mármol. 
Entre 1618 y 1625 realiza cuatro excelentes obras para el cardenal Scipione Borghese en las que retoma las formas clásicas como se observa en el grupo de Apolo y Dafne, representando el momento en el que la ninfa se transforma en árbol mientras huye de Apolo. 
La entronización en 1623 de su mecenas Maffeo Barberini como papa con el nombre de Urbano VIII permitirá a Bernini realizar una de sus obras más conocidas, el monumental baldaquino sobre la tumba de San Pedro, ocupando el crucero de la basílica petrina con las cuatro columnas salomónicas coronadas por el baldaquino de cuatro volutas. 
Ya en estos años iniciales de la década de 1620 empieza su labor como retratista que culminará en la década siguiente. El de Constanza Buonarelli, la mujer de su colaborador, por la que el maestro se siente atraído es una de sus mejores muestras, siendo quizá superado por el busto del cardenal Scipione Borghese, mostrando en ambos trabajos toda la fuerza expresiva del modelo. 
La pérdida del favor papal en 1644 le llevará a dedicarse a encargos particulares, trabajando desde 1647 en su obra maestra: el Éxtasis de Santa Teresa para la capilla de la familia Cornaro en la iglesia de Santa Maria della Vittoria en Roma. Bernini toma un texto de la propia santa como fuente: "Un día se me apareció un ángel singularmente hermoso. En su mano vi una larga lanza, en cuyo extremo parecía haber una punta de fuego. Esta, así me pareció, me la clavó varias veces en el corazón, de forma que entró en mi interior. Tan real era el dolor que suspiré varias veces en voz alta". 
En la misma línea destaca la Beata Ludovica Albertoni, una escultura de mármol y jaspe en la que se expresa que su concepción escultórica sigue siendo pictoricista al interesarse por los golpes de luz y la mórbida factura del mármol. 
Con Bernini la fuente urbana experimentará una nueva compenetración entre piedra y agua como se desprende en la Fuente de los Cuatro Ríos de la romana Piazza Navona, en cuyo basamento observamos las representaciones del Ganges, el Nilo, el Danubio y el Río de la Plata, los símbolos de los ríos de los cuatro continentes hasta el momento conocidos. 
Entre sus últimos trabajos destaca el monumento funerario del papa Alejandro VII en el que se integra de manera espectacular la arquitectura y la escultura.
http://www.artehistoria.jcyl.es/arte/videos/764.htm





El éxtasis de Santa Teresa
 Autor: Gianlorenzo Bernini 
 Fecha:1647-52 
 Museo:Iglesia de Santa Maria della Vittoria de Roma 
 Características:350 cm. altura 
 Material:Mármol 
 Estilo:Barroco Italiano
Pero la obra más emblemática de Bernini como escultor es la capilla Cornaro en Santa Maria della Vittoria (1647-52), encargada por el cardenal Federico Cornaro, en la que al observador se le atrapa en medio de un juego de sugestivas relaciones, convirtiéndole en parte constitutiva del hecho artístico, en espectador activo de una representación viviente. El "fue el primero en emprender la unificación de la arquitectura, pintura y escultura de modo que juntas forman un todo magnífico" (Baldinucci). Así evidenciaba el biógrafo de Bernini la revolucionaria conquista del artista y su concepción puramente visual de la interrelación entre las artes. En esta capilla, Bernini supo dar vida al espectáculo total, creando un cuadro teatral fijo en el que se transpone la celda conventual de Santa Teresa en el momento en que, sufriendo una mística experiencia, disfruta de la unión extática suprema con Cristo. De esa visión, entre sobrenatural y humana, el observador es testigo gracias a que el convexo edículo arquitectónico, de ricos mármoles polícromos y cálido bronce dorado, sobre el altar es un bambalinón que reduce la embocadura del escenario; el grupo escultórico del Extasis de Santa Teresa son los actores que, en medio de la interpretación, permanecen quietos durante unos momentos sobre la escena; la luz natural procedente de un transparente, que se materializa en un haz de rayos dorados que envuelve a los personajes, suspendidos en medio del aire sobre un cúmulo de nubes, es la gloria o tramoya que posibilita el vuelo entre los focos de luz indirecta de la iluminación escénica; el fresco de El Paraíso pintado por G. Abbatini, invadiendo la estructura arquitectónica, es el decorado escenográfico; los miembros de la familia Cornaro asomados a unos balcones laterales, genial transformación de las tradicionales tumbas parietales, son los palcos proscenios del teatro, el mismo en el que, sin proponérselo, el observador se ha colgado sin pagar entrada. 
El grupo -que no puede extrapolarse del conjunto de la capilla, de la que constituye el núcleo de máxima tensión- es en sí mismo una de las más exquisitas esculturas de la historia del arte, insuperable en su interpretación del éxtasis como turbamiento espiritual y sensual a un tiempo, pero también por su alto virtuosismo técnico. Las palabras con las que la Santa describe su experiencia en el "Libro de su vida" encuentran en Bernini al más extraordinario de los traductores por su rara capacidad de fundir tensión espiritual y carga emotiva y sensual, los componentes básicos de la religiosidad barroca, gracias a un conocimiento exhaustivo de las posibilidades expresivas de los materiales y a un dominio insólito de los procedimientos.
http://www.artehistoria.jcyl.es/arte/obras/11125.htm





Detalles de la imagen 'El éxtasis de Santa Teresa. Bernini. 1645-1652'
Capilla: Aunque nos centremos en la imagen protagonista, a su alrededor también hay otras figuras. En las paredes laterales se abren balcones artificiales donde se asoman para ver la escena parte de la familia Cornaro. También en el techo hay pinturas de querubines y grandes trampantojos.
Santa Teresa: Escritora mística que fue beatificada. En sus escritos hablaba de encuentros con Dios, los llamados éxtasis. Relata cómo llegó a ella un ángel que le clavó una flecha en el corazón, simbolizando el amor divino.
Rayos: Los rayos que vemos detrás son realizados en bronce y simbolizan como una gloria divina, ya que parten de una luz cenital que hay encima del grupo escultórico.
Barroco: En el Barroco, la unión de teatro, espiritualidad y escultura es un rasgo significativo que se ve a la perfección en este grupo escultórico. Así se ve en la cara de la santa, en éxtasis, ante la llegada del ángel.
Daga: La flecha se va a clavar en el corazón de la santa. Es el instante justo anterior, recalcando el dramatismo y escenografía de la situación.
Tela: Otro rasgo significativo del Barroco es el movimiento, que aquí se ve en las telas que revolotean. Es un escenario con gran dinamismo, fruto de la situación que se está viviendo y del estado anímico de la santa.
http://arte.observatorio.info/2008/03/el-extasis-de-santa-teresa-bernini-1645-1652




BARROCO
Las pasiones del alma
La principal utilidad de la prudencia o templanza es la de enseñarnos a ser dueños de nuestras pasiones, y así dominarlas y dirigirlas de forma que los males que ocasionen sean más llevaderos y que incluso podamos obtener algún gozo de ellos.
Descartes, Traité des passions de l'áme (1649)

JOHN RUPERT MARTIN

La sensualización barroca de la experiencia tiene tanto su lado subjetivo como objetivo. El retrato de la vida interior del hombre, que no había recibido mucha atención por parte de los manieristas, adquirió repentino protagonismo a principios del siglo XVII.

El método de expresar las pasiones mediante los gestos y el semblante no fue naturalmente una invención barroca, sino que ya había sido formulado por los artistas y teóricos del siglo XVI que habían buscado inspiración en las obras de Aristóteles y de los antiguos teóricos; tanto Alberti como Leonardo habían considerado el estudio de la expresión como algo de importancia fundamental para el pintor de historia. Con Rafael, en obras como los cartones para tapices, la idea renacentista de lo que era la representación de las emociones alcanzó su punto culminante. Lo que distingue principalmente la actitud barroca de la renacentista es la urgencia de ampliar la gama de la experiencia sensorial y de profundizar e intensificar la interpretación de los sentimientos.
El resurgimiento de las pasiones en el terreno artístico puede considerarse como una de las consecuencias del naturalismo barroco, que al mismo tiempo que extremaba la observación de las acciones y la fisonomía humanas, condujo a un mayor interés por la vida emocional. Existe un obvio paralelismo, también, con la aparición de la ciencia de la psicología, que en el siglo XVII se entendía como la parte del estudio del hombre que se ocupa del alma. El problema de las pasiones se convirtió en un tema absorbente para los filósofos, que trataron de definir su papel en el destino humano. La visión materialista de las emociones está formulada en su forma más extrema en el Leviathan de Thomas Hobbes (1651). Para Hobbes, "los deseos, y otras pasiones de los hombres, no son pecado en sí mismos". En el funcionamiento de las pasiones puede verse la prueba del humano "deseo perpetuo e insaciable de poder, de un poder tras otro, que sólo cesa con la muerte". Pues es la adquisición de poder lo único que constituye la felicidad humana. "El éxito continuo en la obtención de las cosas que el hombre va deseando cada vez, es decir, el continuo prosperar, es lo que los hombres llaman Felicidad; quiero decir la felicidad de esta vida".

LA EXPRESIÓN DE LOS SENTIMIENTOS Y LOS ESTADOS DE ÁNIMO
En los primeros años del siglo XVII, las emociones que los artistas trataban de captar en sus obras eran generalmente las más vivas y espontáneas.(...) El poder del amor resuena en todo el arte barroco. Sea en los temas eróticos de la mitología clásica, en los episodios de lujuria y violencia del Antiguo Testamento, en escenas de género tomadas aparentemente de la vida real, las relaciones entre los sexos y los efectos de la pasión carnal están representados con sinceridad y penetración. Se nos viene a la memoria el fresco de Annibale Carracci de Júpiter y Juno en el techo Farnese (Roma), donde, como para ilustrar la universal soberanía del amor, el rey de los dioses aparece mirando amorosamente a los ojos de su desposada mientras la atrae hacia sus brazos. ¿Recordaba Rubens esta extraordinaria obra cuando pintó su Venus y Adonis (Nueva York, Metropolitan)? Los dos amantes forman un grupo más o menos piramidal, y el semblante delicuescente de Venus mientras acaricia al impaciente Adonis tiene cierto parecido con la ardorosa expresión del Júpiter de Carracci. Sin embargo, no habría que exagerar la comparación, pues Venus teme que, al dejarla, Adonis vaya hacia su muerte, y Rubens nos hace ver que sus sentimientos amorosos están mezclados con la angustia cuando suplica llorosa a Adonis que se quede.
El equivalente burgués de estos amores de diosas y héroes es el divertido Almuerzo de ostras de Frans van Mieris (La Haya, Mauritshuis). Un galante caballero, que sonríe confiado llevándose la mano al corazón con fingida sinceridad, ofrece un plato de ostras a una joven vestida en salto de cama, cuya boba expresión demuestra que ha bebido ya demasiado y ha aflojado la guardia. El desenlace inevitable de este coqueteo se insinúa abiertamente en la cama endoselada que hay tras la pareja. "¿Quién -pregunta Robert Burton en la Anatomy of Melancholy (1621)- podrá contar la enajenación, el desvarío, la servidumbre y la ceguera, los absurdos fantasmas y vanidades de los Amantes, sus tormentos, sus vanas tentativas?"







Las miradas y gestos elocuentes no son los únicos medios por los que pueden comunicarse los sentimientos; muy a menudo es la radical inmovilidad e inexpresividad de la figura la que deja desnuda la actividad del alma. La Magdalena arrepentida del cuadro de Georges de La Tour contempla hipnotizada la luz de la lamparilla, desentendida de la calavera que sostiene en el regazo y de los libros, el azote y el crucifijo que hay sobre la mesa. La recluyente oscuridad, el silencio y la quietud absoluta transmiten con extraordinaria claridad el estado de ánimo de la pecadora penitente.
Incluso el mundo profano de la pintura holandesa de género nos sorprende algunas veces con sugerimientos de esta especie. La llamada Amonestación paternal de Gerard ter Bosch (Amsterdan, Rijksmuseum) parece ser en realidad una escena de burdel, donde un oficial, sentado a una mesa junto a una celestina de engañoso aire respetable, enseña una moneda de oro a la muchacha inmóvil que está de pie frente a ellos. La joven está de espaldas a nosotros, de forma que no vemos nada de su cara, pero hay algo en su hermosa figura, en su cabeza agachada y el gesto sumiso de sus brazos doblados, que expresa de forma inequívoca el sentimiento de resignación y de vergüenza, y el brillo lustroso de su traje de raso no hace sino acentuar el patetismo de la situación en que se encuentra.

LA VISIÓN Y EL ÉXTASIS
La representación de la experiencia mística es un tema reiterado en la iconografía devota del Barroco. Una de las formas más típicas del arte religioso católico de este periodo es el cuadro de altar que representa, en un tono intensamente emotivo, un santo en estado de trance, absolutamente anonadado por la presencia tremenda de lo divino. No basta atribuir estas visiones místicas a las enseñanzas de la Contrarreforma católica: pues el arte manierista del período siguiente al Concilio de Trento, en que la actitud de la Iglesia era austera e incluso iconoclasta, no produjo nada comparable a ellas. El fenómeno que aquí nos ocupa no surgió hasta la fase posterior de la Contrarreforma: la fase más realista y más emocional, que se inició, como el propio arte barroco, en los últimos años del siglo XVI. Pero podemos también advertir que los éxtasis barrocos no fueron motivados exclusivamente por las sensibilidades religiosas, sino que los artistas percibieron en estos temas, aparte y por encima de su propósito específicamente devocional, una oportunidad para explorar la psicología del misticismo, y que aportaron a esta tarea, siguiendo el ejemplo de los antiguos retóricos, un conocimiento práctico del arte, o la técnica, de la persuasión.
El papel precursor de Annibale Carracci, en ésta como en otras tendencias del Barroco, puede ilustrarse con su Visión de San Francisco (Londres, colección Pope-Hennessy), en que un ángel actúa como intermediario entre el santo y la aparición milagrosa de la Virgen y el Niño. Lo que el artista debe al efusivo sentimentalismo de Correggio es obvio. Pero la intensidad del sentimiento expresado por el rostro y la actitud de San Francisco, que se arrodilla arrebatado ante la virgen, ilumina de una forma enteramente nueva el significado de la entrega mística y pertenece sin disputa al vocabulario afectivo del Barroco.(...)

Ahora bien, tal como el artista barroco lo interpreta, el amor divino tiene algo en común (al menos en sus manifestaciones externas) con su equivalente terrenal, y es consecuencia inevitable de ello que muchas representaciones de visiones extáticas sean más que sugestivas de una experiencia erótica sublimada. Esto es sin duda aplicable a la brillante obra de Lanfranco, El éxtasis de Sta. Margarita de Cortona, de hacia 1620. El movimiento impetuoso de los ropajes encrespados, y la iluminación violenta y vibrante hablan de las vehementes emociones que embargan a la monja en su estado de trance.

Las posibilidades expresivas sugeridas por el cuadro de Lanfranco serían plenamente aprovechadas por Bernini en su Éxtasis de Sta. Teresa de hacia 1650 (Roma, Santa María della Vittoria). El escultor ha seguido con notable fidelidad el relato de la visión hecho por la propia gran mística española, en que describe al ángel que clava un dardo de oro en su corazón, dejándola "toda abrasada de un amor grande de Dios". El desvanecimiento de la santa, la agitación turbulenta de sus hábitos y la expresión apasionada del rostro -con la boca abierta como en un gemido- se unen para crear una imagen inolvidable del transporte carnal y espiritual. Ningún otro artista ha logrado una cristalización comparable en formas concretas de todos los matices de la experiencia extática; la sensación mística de abandono del mundo, los estados alternos de placer y dolor, la expansión del yo que se produce en la unión con la divinidad. Y todo ello representado con un realismo que trasciende el mero virtuosismo para traer lo ilimitado y lo incomprensible al reino de lo visible y lo tangible.

La capacidad de Bernini para conseguir la fusión de los opuestos -placer y dolor, temporalidad e infinitud, pintura y escultura- está empleada en forma aún más imaginativa en La Beata Ludovica Albertoni, una obra de los útlimos años del maestro (Roma, S. Francesco a Ripa). Pues lo que contemplamos en esta escultura extraordinaria es la agonía final de la Beata Ludovica, en la que se mezcla la gozosa anticipación de la vida eterna. Bernini fue, pues, capaz de materializar, por sensibilidad y pura intuición, aquellas pasiones encontradas que Le Brun trató en vano de sugerir en su Alejandro (Versalles) mediante un estudio sistemático de la expresión.
BARROCO (Capítulo III, Las pasiones del alma), John Rupert Martin (Xarait Libros, Bilbao-1986)




Sagradas Familias, Rembrandt

 Rembrandt, el gran pintor barroco, representó en varias ocasiones a la Sagrada Familia a lo largo de la década de 1640. En muchas de esas representaciones situó a la Virgen y el Niño en ambientes íntimos y domésticos, alejados de escenarios sobrenaturales.  
http://el-arte-de-ser-madre.blogspot.com/2011/10/sagrada-familia-rembrandt_07.html

 La Sagrada Familia
 Autor:Rembrandt 
 Fecha:1634-35 
 Museo:Alte Pinakothek (Munich) 
 Características:183´5 x 123´5 cm. 
 Material:Oleo sobre lienzo 

Rembrandt representa la escena como un asunto de la vida cotidiana, sin marcar el acento en lo sagrado del tema, al no colocar ningún signo de divinidad. El estilo del artista es el característico de las obras realizadas a los pocos años de instalarse en Amsterdam. La luz es la gran protagonista, iluminando las figuras de María y el Niño Jesús y dejando el resto del espacio en penumbra, acentuando así los contrastes entre zonas de luz y zonas de sombra. La parte iluminada está más detallada, observándose perfectamente las calidades de las telas y las transparencias de la toga que viste María, así como las sábanas de la cuna reforzando el naturalismo de la composición. Al ser un cuadro grande que se ve desde lejos, Rembrandt ha acentuado aún más su detallismo de estas fechas. En las zonas en semipenumbra también se aprecian los objetos, destacando los útiles de trabajo de José al fondo, pero realizados de manera mucho más rápida y menos esmerada. Siguiendo la filosofía de Caravaggio de representar a los seres divinos de verdad, de carne y hueso, Rembrandt nos presenta una escena muy cálida, muy humana, acentuada por el gesto de tapar los pies al Niño para que no tenga frío, por tener la Virgen un pecho al descubierto ya que acaba de alimentar al pequeño o la mirada de ternura de José que es más joven que de costumbre y poco a poco se va a integrar en la escena. El colorido es algo monótono, utilizando gamas oscuras que se alegran con el rojo y el blanco, pero que dan cierto aire de melancolía a la composición.
http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/136.htm

La cena en Emaús

 La cena en Emaús
 Autor:Rembrandt 
 Fecha:1629 
 Museo:Museo Jacquemart-Andre 
 Características:37´5 x 42´5 cm. 
 Material:Oleo sobre tabla 

Dentro del más puro estilo tenebrista Rembrandt realiza esta escena. Sin duda lo más significativo es el contraste entre luz y sombra. Dicha luz parece proceder de un foco lumínico artificial como habían hecho Tintoretto y Bassano en la Venecia de finales del siglo XVI. Uno de los discípulos queda profundamente sorprendido cuando ve a Cristo resucitado comiendo junto a él en la posada de Emaús. Solamente aparece la silueta de Cristo, mientras que al fondo observamos otra silueta, la del segundo discípulo, recortada sobre otro foco de luz anaranjada. Este efecto lumínico acentúa aún más el dramatismo y el efecto sorpresa de la composición, como se observa claramente en el rostro del discípulo que vemos. La pincelada es bastante suelta, observándose manchas en algún lugar, lo que haría pensar que estamos ante un boceto o una obra muy personal para investigar efectos de luz como hace en el Autorretrato pintado en 1628.(http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/129.htm)

La Cena en Emaús
Rembrandt no había dejado nunca los Países Bajos, e Italia no debía atraerle particularmente: siempre se opuso sustancialmente al clasicismo. La Cena en Emaús de Rubens debía serle sin embargo conocida, pues en Leiden y Ámsterdam circulaban muchos grabados de la pintura parisina. Él se sentía fascinado no tanto por la dimensión realista y cotidiana del episodio evangélico: una cena entre amigos, como la describían Rubens y Caravaggio, sino por el tema de la visión (según la lectura de Simon Schama en su bella biografía sobre el artista, recientemente publicada por Mondadori). La pintura de Rembrandt (hoy en París, Museo Jacquemart-André) no se detiene en describir los detalles de la comida: fruta, pan, vistosas servilletas, cacharros de peltre relucientes, transparentes vasos, etc. Todo el drama se concentra en cambio en el rostro atónito y espantado del discípulo que observa a Jesús, representado en un contraluz total, como si fuese un fantasma a punto de desvanecerse. Un Rembrandt que no tenía aun veinte años facilita aquí una de las más desconcertantes claves de lectura de su propia obra: el problema del “yo” ante el misterio de la existencia. No es una casualidad que se conozcan una treintena de Autorretratos del artista, sin contar aquellos insertos en pinturas que representan otros temas: una representación casi maniática de sí mismo, una continua y espasmódica búsqueda de su verdadera identidad. Se retrató con distintas vestiduras, pero siempre solo. Educado en una tradición rígidamente calvinista, Rembrandt se convirtió en maestro de la representación del hombre solitario en cuyo rostro penoso se refleja la pregunta sobre el significado de sí mismo y de la propia existencia, como demuestran por ejemplo algunas representaciones extraordinarias de san Pablo en la cárcel, el Apóstol más inclinado a la filosofía, según la tradición iconográfica; o de Jeremías presagiando la destrucción de Jerusalén. Todo lo contrario que el católico Rubens. Llegado a Mantua, feliz de encontrarse finalmente en Italia, se llevó consigo a su hermano Philip y se retiró en compañía de un grupo de amigos. Siempre llega la hora de un encuentro que nos devuelva un conocimiento más nítido de nosotros mismos. Para Rembrandt fue el día en el que se casó en Ámsterdam con Saskia, un vínculo que le llevaría a dejar definitivamente Leiden, a retratarse en un joven enamorado en el espléndido Autorretrato del Museo de Berlín y, finalmente, a incluir a Saskia en una de las muchas representaciones de sí mismo, en el personaje del hijo pródigo vividor, único autorretrato que aceptó compartir con otra persona. Saskia murió desgraciadamente de forma prematura, después de haber dado a luz a su hijo Titus, al que Rembrandt retrató con una indescriptible ternura en el bellísimo Retrato de Titus estudiando de 1655.(Fuente: TERZAGHI, Cristina. "REMBRANDT, El rostro del Padre". En: http://www.huellas-cl.com/articoli/apr01/rembr.htm)


Lucas 24, 13-35
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

Filósofo meditando Rembrandt



Filósofo meditando (1632)

Descripción: Óleo sobre tabla. 28 x 34 cm.
Localización: Museo del Louvre. París
Autor: Rembrandt

Este cuadro de Rembrandt, Filósofo meditando, realiza una composición de marcada simetría en torno a dos personajes, el filósofo, cuya figura destaca por recibir la iluminación del ventanal que irradia una luz dorada, y la mujer, en el otro extremo, ocupada en avivar el fuego, debajo de la escalera, y cuyo rostro se ilumina también por el resplandor de este. El eje de simetría es la aparatosa y amplia escalera de caracol, que centra la composición, y que muestra un camino ascendente que no es ajeno al contenido de la obra.
Este anciano con barbas, en actitud de humilde meditación, subrayada por la sobriedad del contexto, acaba de dejar la lectura de los libros que posan sobre la mesa, y está ensimismado reflexionando sobre lo que ha leído.
Está escribiendo de otro modo el texto de la lectura, sumergido en su mundo interior, abierto a otro texto imaginario y profundo, pero ignoto que permite ascender su mente a planos de elevación.
El cuadro tiene una atmósfera de misterio, acentuada por la oscuridad sobre la que aparece la escena, que da la impresión de caverna platónica.


martes, 25 de octubre de 2011

Parmigianino: Virgen del cuello largo


Parmigianino: Virgen del cuello largo 
H. 1535. 214 x 133 cm. Oleo sobre tabla. 
Museo degli Uffizi. Florencia .

Entre los manieristas de primera hora, Parmigianino representa una dirección muy diferente de la de Pontormo y Rosso. También él amontona a menudo en sus obras elementos ilógicos o incongruentes, utiliza los cuerpos y deja paso a la inestabilidad, pero su relación con el clasicismo no parte de la polémica o del enfrentamiento, como sucede con sus colegas florentinos. Al contrario: alcanza la madurez tras una prolongada estancia en Roma, su pintura muestra una clara asimilación de conceptos rafaelescos y miguelangelescos. Al mismo tiempo, el deseo de expresividad aparece en él sublimado y circunscrito a la consecución de efectos puramente estéticos. 

Parmigianino aspira sobre todo a la expresión de una gracia refinada y monumental y en sus obras el sentimiento religioso cede el paso ante una sensualidad gozosa que se complace en la pura belleza de las formas. La suavidad de sus líneas, la flexible ondulación de sus cuerpos, la elegancia de unos gestos exquisitos, subyugaron a sus contemporáneos, ante los que se apareció como una especie de segundo Rafael. La Virgen del cuello largo pintada para la iglesia de Santa María dei Servi de Parma, pertenece ya a sus últimos años. Sin que sepamos muy bien si está sentada o semiincorporada, la Virgen, que sostiene y mira amorosamente a su hijo mientras un grupo de efebos le ofrecen sus presentes, se despliega por el espacio con unas formas llenas de dinamismo y expansividad. Todo en ella aspira a la pureza formal. No sólo es la Madre de Dios; Parmigianino pretende que sea además la más bella de las mujeres.

Es lo contrario a las Vírgenes "amables" de Correggio, su maestro: "lejana, hermética, abstracta, cerrada en su extrema elegancia como en una coraza, con un rostro de ónice, vestidos de vidrio soplado y, en torno a ella, símbolos extraños, como esas largas columnas que o sostienen nada o el flaco profeta que predica en el desierto y que parece sacado de una pintura de Tura o de Ercole de Roberti. (...)

Es consciente de la vacuidad absoluta de sus imágenes, de su absurda realidad que ocupa el lugar de la realidad de la conciencia; se da cuenta de que en la sociedad 'elevada' de su tiempo, en esa aristocracia a la que se dirige, el artificio del ceremonial está sustituyendo al comportamiento ético, de la vida moral; percibe que la historia no es ya la experiencia fundamental de la vida y que el presente se confunde con lo eterno en una dimensión sin tiempo, irreal. Su bello es el signo de la negatividad de todos los demás valores, y de esta negatividad, a la que, en cierto sentido, denuncia, recibe su esplendor misterioso y lunar." (Argan, G.C., ob. cit., pág. 137-138).

Bibliografía

Argan, G. C. (1987), Renacimiento y Barroco II. De Miguel Angel a Tiépolo. Madrid. Akal. Col. Akal/arte y estética. 11. 387 p.
Cánovas del Castillo, Soledad (1997), El Parmigianino en la colección de estampas de la Biblioteca de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Madrid.Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. 100 p
Hauser, Arnold (1965), El Manierismo. Madrid. Ediciones Guadarrama. 438 p
Hauser, Arnold (1972), Pintura y manierismo. Madrid. Ediciones Guadarrama. 284 p.
Hoyos, A. (1992), Parmigianino, ensayo para una biografía. Murcia. Secretariado de Publicaciones e Intercambio científico.
Shearman, John (1984), Manierismo. Madrid. Xarait Libros. Col. Libros de arquitectura y arte. 240 p. 
Wolf, Robert E. (1972), Renacimiento y manierismo. Barcelona. Editorial Argos Vergara. 264 p.
Wuertenberger, Franzsepp (1964), El Manierismo. Barcelona. Rauter. 252 p.

Fuente: http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/percepcions/perc63b.html













Bronzino: Alegoría



Bronzino: Alegoría 
Óleo sobre tabla. Hacia 1546. 146 x 116 cm. 
National Gallery. Londres. 

Hasta hace poco, el manierismo ha sido considerado como un estilo decadente, plagado de representaciones licenciosas. Este juicio de valor, que invoca conceptos morales que nada tienen que ver con el arte, estuvo motivado por obras como esta Alegoría del Amor y del Tiempo.

Es este un ejemplo típico de un género cortesano instigado por una oligarquía intelectualizada, adicta al neoplatonismo, que deseó crear un monumento estético a su propia memoria. Los ideales clasicistas fueron, en virtud de ello, proyectados sobre lo que es esotérico y fantástico, adoptando la representación de la figura humana nuevos cánones y normas plásticas. La pintura se convirtió en el campo de batalla entre lo elegante y lo pintoresco, lo bello y lo feo, en un conflicto de actitudes dinámicas que se oponen y se contrarrestan. El cuerpo humano pasa a ser un laboratorio para la experimentación de la forma, en la que un deseo de originalidad impone actitudes "serpentinatas", helicoidales, que corresponden al concepto de la "bella maniera" o "maniera moderna".

Este cuadro de Bronzino es un paradigma de esta tendencia ideológica y estética. En primer lugar, porque su tema es incomprensible y evidentemente irreal; en segundo lugar, porque la distorsión formal y la orgía compositiva responden al paradójico propósito de expresar principios morales con un lenguaje erótico.

Esta pintura ha recibido títulos diversos: "Venus, Cupido, la Locura y el Tiempo", "El Placer y el Juego" o, simplemente, "Alegoría", lo que indica que se desconoce la clave para descifrar su exacto significado.

La composición muestra en el centro a Venus, la diosa pagana del amor, desnuda; sostiene con su mano derecha una de las flechas de Cupido y con la izquierda una bola de oro. Su hijo, el joven Cupido alado, la abraza de una forma muy sugestiva y erótica: besándola en la boca abrazándola por el pecho y la cabeza. A la derecha del grupo central encontramos un niño con cara de felicidad que, según los expertos, representa el Placer: es un "putto" que se dispone a tirar un manojo de rosas; esta figura infantil lleva cascabeles en los tobillos y ha pisado un haz de espinas con el pie derecho. Le sigue una extraña joven vestida de verde que deja entrever bajo el vestido un cuerpo en forma de serpiente enroscada que tiene en las manos una bresca y una zarpa de ave de presa. Probablemente simboliza el Engaño, una calidad desagradable -de aspecto encantador, pero detestable bajo la superficie- que suele acompañar al Amor. A la izquierda del grupo central, recortado por el perfil del cuerpo y de la ala de Cupido, aparece un personaje que se arranca los cabellos con las manos, y tiene un rostro crispado por una horrible mueca (¿se trata de un hombre o una bruja rabiosa?). Representa los Celos, esta mezcla de envidia y desesperación que también a menudo acompaña al Amor. Las dos figuras principales se encuentran sobre un fondo compuesto por una tela azul y un cojín de seda roja, detrás del cual aparecen, en la parte superior, dos figuras levantando una cortina que, por lo que parece, escondía la escena. El hombre es el Padre Tiempo, tiene alas y lleva su simbólico reloj de arena. Es el Tiempo, quien advierte sobre las múltiples complicaciones que acechan al tipo de amor lujurioso aquí representado. La mujer de perfil situada delante de él a la izquierda, que por el hieratismo de su rostro parece llevar una máscara similar a las que se encuentran a los pies de Venus, se interpreta como la Verdad; es quien desenmascara la difícil situación de terrores y placeres que, inevitablemente, conllevan los dones de Venus.

Ha sido interpretado sucesivamente, como símbolo de la mentira y de los celos. Según Vasari, el cuadro representa la seducción de Venus por Cupido, con la comparecencia del Placer y la Burla -a la derecha-, y la Hipocresía y los Celos. Para los historiadores contemporáneos, el cuadro tienen que tomarse como símbolo de que el placer que produce el Amor se convierte con el tiempo en celos y desesperación. También se ha sugerido que representa la sumisión de Cupido a Venus, en presencia de las fuerzas que rigen la vida. El cuadro comunica, por lo tanto, una máxima moral: que los celos y el engaño pueden ser los acompañantes del Amor, de la misma manera que lo es el Placer. Sin embargo, este mensaje moral no nos llega directamente, sino mediante una compleja alegoría que utiliza el sistema de las personificaciones. El objetivo de esta pintura no era describir lúcidamente una historia para los iletrados, sino intrigar a un público muy erudito y, en cierta manera, jugar con él. La obra fue ejecutada para el Gran Duque de Toscana y éste lo regaló a Francisco I rey de Francia. Era, por tanto, una pintura pensada para entretener y edificar a una minoría cultivada.

La alegoría de Bronzino nos da mucha información sobre una sociedad cortesana, refinada intelectualmente, quizás incluso asqueada, a quien le gustaban las adivinanzas y que inventaba sofisticados juegos mediante el arte.

El grupo principal de figuras, Venus y Cupido, forma una "L" de tonos pálidos siguiendo la forma del marco del cuadro. El pintor ha equilibrado este grupo con otro en forma de "L" invertida, formado por la figura del niño que simboliza el Placer y la cabeza y el brazo del Padre Tiempo. Estas dos "eles" forman un rectángulo que enclava firmemente la representación dentro del marco, y así queda asegurada la estabilidad de esta composición, por otro lado muy compleja.

En esta alegoría la acción irradia desde el beso de las figuras principales: una serie de círculos concéntricos (con el beso como centro) muestran de qué manera las poses están en función del resultado deseado. No sólo los miembros, sino también las proyecciones de las miradas conducen nuestros ojos al punto focal.

Todo el espacio está ocupado por objetos o figuras; esta especie de "horror vacui" está relacionada con el espíritu y el tema de la obra: la agitación y la de decisión. El amor, el placer, los celos y el engaño están enredados en una estructura complicada formal e intelectualmente.

Los perfiles son fríos y duros, de superficies limpias, brillantes y redondeadas; casi parecen de mármol. La sensación de dureza y frialdad está intensificada por los colores usados: casi exclusivamente el azul claro y el blanco de nieve, con pinceladas de verde y azul más oscuro (el único color cálido es el rojo del cojín en el que se arrodilla Cupido). La figura serpentinata, la blancura marmórea de los cuerpos, la precisión en el dibujo, el artificio de un color cristalino, contribuyen al célebre erotismo frío, opuesto a lo que normalmente asociamos con la actividad sensual que ocupa el centro del cuadro. Con este procedimiento, un gesto de amor o de pasión, generalmente tierno o ardiente, aparece representado como algo calculado y glacial. Se establece una especie de tensión entre formas y colores por un lado y el tema por otro.

Como prueba del tortuoso proceso de ejecución del cuadro, los exámenes radiográficos muestran un gran número de arrepentimientos. Prácticamente todas las figuras experimentaron cambios de posición. El realismo erótico de los detalles motivó, ya antiguamente, un repintado general con velos que cubrían Cupido y Venus y la supresión del pezón de la diosa que hay entre los dedos de su amante. En 1958 estos añadidos fueron eliminados durante una limpieza del cuadro.

Bibliografía

Malins, F. (1983), Mirar un cuadro. Madrid. H. Blume.
Woodford, Susan (1985), Cómo mirar un cuadro. Barcelona. Gustavo Gili. 

Fuente: http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/percepcions/perc65.html

"El Rapto de Proserpina"-Bernini

Escultura 
"El Rapto de Proserpina"
[Perséfone] de Gian Lorenzo Bernini

Cuenta Homero que hubo un tiempo en el sureste de Europa en que reinaba la eterna primavera. La hierba siempre era verde y espesa y las flores nunca marchitaban. No existía el invierno, ni la tierra yerma, ni el hambre. La artífice de tanta maravilla no era otra que la diosa de la fecundidad de los campos, Deméter (la Madre Tierra).
Deméter se convertiría en la cuarta esposa de Zeus, la principal divinidad del Olimpo, padre de todos los dioses, dueño y señor del cielo. De este matrimonio nacería Core (doncella), que después recibiría el nombre de Perséfone. La criatura era el amor de su madre, y una joven de gran hermosura. Solía acercarse a un campo repleto de flores a jugar.
El terrible Hades, dios de los infiernos, hermano de Zeus, no esta satisfecho con su existencia, pues se encontraba muy solo gobernando el territorio subterráneo del Tártaro donde los muertos vagaban como fantasmas sin rumbo. Hades necesitaba una esposa que estuviese a su lado y compartiera su vida. Un día pasó por los llanos de Sicilia con su temible carro tirado por caballos, donde Perséfone se encontraba con las Ninfas juntando flores. Se enamoró de Perséfone y la raptó para llevarla al subsuelo, a su territorio.
Deméter, al no aparecer su hija, empezó a preocuparse y fue en su busca. Para ello encendió dos antorchas y, con una en cada mano, emprendió una peregrinación de nueve días y nueve noches en su busca. Todo fue inútil.
Al décimo día el Sol, que todo lo ve, se atrevió a decirle quién se había llevado a su hija. Irritada por la ofensa, Deméter decidió abandonar sus funciones y el Olimpo. Vivió y viajó por la tierra. Esta se quedó desolada y sin ningún fruto ya que, privada de su mano fecunda, se seca y las plantas no crecen.
Zeus, ante el desastre que se estaba produciendo, se vio obligado a intervenir de alguna forma. Sin embargo no le fue posible devolver a Perséfone a su adorada madre porque la muchacha había probado el fruto de los infiernos (la granada) y le era imposible regresar al mundo de los vivos y abandonar las profundidades. No obstante Zeus logró un acuerdo, el cual permitía a la joven mantenerse al lado de su esposo durante un periodo del año y volver al lado de su madre en la época que corresponde a la primavera. Cuando Perséfone regresa con su madre, Deméter muestra su alegría haciendo reverdecer la tierra, con flores y frutos. Por el contrario, cuando la joven desciende al subterráneo, el descontento de su madre se demuestra en la tristeza del otoño y el invierno.

Fuente:http://lashistoriasdejulia.blogspot.com/2008/09/el-ratpo-de-persfone.html#ixzz1bpdX0yeT 




 El más grande escultor del barroco italiano. A partir de este mito trata el tema de la violencia siguiendo los modelos de la escultura helenística. El poderoso cuerpo del dios, el de un varón maduro, se encamina hacia delante y el juvenil y femenino cuerpo de Prosérpina no pisa el suelo pero tiende hacia atrás sus brazos, pidiendo ayuda con uno y rechazando la cabeza del dios con el otro. En cuanto a la composición es una línea vertical a la que se contraponen tres brazos en horizontal, los dos del dios y uno de la joven. Las manos de Plutón se hunden en el cuerpo terso de la joven y la carne cede bajo la presión. La ceja del dios se deforma bajo el empuje de la mano de la diosa. A los pies de la estuatua el can cerbero, el monstruoso animal que guarda las puertas del reino de Plutón. Es una de las imágenes más naturalistas de la historia de la escultura.(Fuente: http://boj.pntic.mec.es/~aalamill/3bernini.htm)

 El rapto de Proserpina pertenece a la primera etapa del gran maestro napolitano, que trabajó al servicio de la corte papal como escultor, pintor y arquitecto durante la mayor parte del siglo XVII. Bernini fue uno de los mejores intérpretes de esa estética teatral, dinámica, grandiosa y naturalista característica del Barroco italiano, que desarrolló en numerosas obras tanto religiosas como mitológicas. A este último género pertenece El rapto de Proserpina, que representa en una agitada composición este conocido mito grecorromano.
El término griego mithos quiere decir "ficción, cuento" y se opone a logos, que significa "palabra, razón". Los antiguos griegos utilizaban los mitos cuando querían referirse a relatos ejemplarizantes que habían llegado a ellos de manera anónima, provenientes de una fuente remota y de una época muy lejana. Desde un punto de vista antropológico, los mitos no son sólo fábulas o supersticiones, son intentos imaginativos de resolver los misterios de la vida y del universo, a los que una sociedad recurre cuando no sabe explicar las cosas desde un punto de vista enteramente racional o científico. La mayoría de los mitos indoeuropeos se originaron en historias simbólicas o alegorías que personificaban determinados fenómenos naturales como el día, la noche, el paso del tiempo, la vida y la muerte, etc.
La historia de Proserpina (Perséfone, en griego) es un ejemplo muy ilustrativo de esto. Proserpina era la hija de Júpiter y Ceres, la diosa de la agricultura, y fue raptada por Plutón, que se la llevó al inframundo para hacerla su esposa. Entonces Ceres, desesperada de dolor, desatendió los cultivos y se lanzó a la búsqueda de su hija. Atendiendo a las quejas de los hombres y de los dioses, que no tenían la comida ni los sacrificios necesarios por el descuido de los campos, Júpiter permitió a Proserpina regresar al Monte Olimpo con la condición de que cada año se quedara junto a su esposo en el inframundo durante tres meses. Así, cuando Ceres y su hija estaban juntas, la tierra florecía y daba buenas cosechas, pero durante los tres meses que Proserpina permanecía en los infiernos, la tierra se convertía en un erial estéril. Esta historia simbólica servía a los antiguos griegos y romanos para explicar los cambios de estación y los ciclos naturales del campo.

 La interpretación que hace Bernini de este tema mitológico, no obstante, está muy alejada de la trascendencia y la ejemplaridad que se le suponen. Bernini ha convertido a Plutón en un vulgar secuestrador con la barba y el pelo revueltos, aunque esté coronado como rey de los infiernos, mientras que Proserpina intenta zafarse horrorizada de su abrazo. La agonía que expresa el rostro de la muchacha se contrapone a la procacidad apenas contenida del violador Plutón, que hunde sus dedos como poderosas tenazas sobre la sensual carne de Proserpina. Ello se completa con un estudio hiperrrealista de la anatomía humana en tensión y una composición basada en potentes diagonales, que expresan magistralmente el conflicto de atracción - repulsión sostenido por los personajes. Así, todo el conjunto acusa un fuerte dinamismo tanto físico como dramático.
Esta forma de acercarse a la mitología clásica es típica del Barroco. En el siglo XVII los grandes dioses y personajes de la antigüedad fueron representados protagonizando sus historias fabulosas como si se tratasen de situaciones de la vida cotidiana. Artistas como Caravaggio, Ribera o Velázquez gustaron de reducir a estos grandes personajes a la condición de simples humanos, enfatizando sus cualidades físicas, sus defectos y sus vicios al igual que cualquier mortal. Es la quintaesencia del Barroco, un mundo traidor en el que nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira.(Fuente: http://www.arteiconografia.com/2010/07/el-rapto-de-proserpina.html)



Joven con perla-Vermeer de Delft

 Joven con perla
 Autor:Vermeer de Delft 
 Fecha:1665-66 h. 
 Museo:Mauritshuis 
 Características:25,7 x 19 cm. 
 Material:Oleo sobre tabla 



 En la producción de Vermeer existen cuatro obras en las que apenas existen alusiones narrativas, lo que indica que podría tratarse de retratos. En este grupo sobresale el lienzo que aquí contemplamos, una de las obras más famosas del pintor de Delft. La ubicación de la modelo en un primer plano refuerza esta hipótesis, aunque por desgracia desconocemos los nombres de las modelos. La bella muchacha recorta su busto de perfil ante un oscuro fondo neutro, girando la cabeza en tres cuartos para dirigir su intensa mirada hacia el espectador. Su boca se abre ligeramente, como si deseara hablar, dotando así de mayor realismo a la composición, recordando obras de Tiziano, Tintoretto, Rembrandt o Rubens. La atractiva y cautivadora joven viste una chaqueta de tonalidades pardas y amarillentas en la que sobresale el cuello blanco de la camisa, cubriendo su cabeza con un turbante azul del que cae un paño de intenso color amarillo,
  creando un contraste cromático de gran belleza. La gran perla que le ha dado nombre adorna su oreja, recogiendo el brillante reflejo de la luz que ilumina su rostro, recordando a Caravaggio al interesarse por los potentes contrastes lumínicos. En el fondo oscuro, la figura de la joven destaca como un fondo de luz y de pintura, o mejor dicho, de pintura hecha luz. Pintura y luz en los ojos y en la perla, en el blanco del cuello de la camisa, en los entreabiertos labios. Como bien dice Blankert "la materia de las cosas se ha hecho luz y ésta no es más, ni menos, que pintura". 
A diferencia de otras figuras femeninas adornadas con perlas también pintadas por Vermeer -véase la Joven dama con collar de perlas- algunos expertos consideran que en este caso nos encontramos ante un símbolo de castidad, apuntando E. de Jongh a los escritos de Francisco de Sales como fuente directa. 
La Cabeza de muchacha y la Muchacha con sombrero rojo serán las demás obras a las que aludíamos en un principio.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/15814.htm


La joven con la perla: Museo Mauritshuis de La Haya (Holanda) lo que nos transmite la obra es alegría, como su nombre lo dice lo que mas llama la atención es el pendiente de perla que lleva la joven se dice que es una de las obras maestras de su autor los ojos de la joven nos demuestra esperanza y tus labios tienen una forma muy delicada que le da armonía a la obra. Esta pintura también es conocida como la "mona lisa del norte".   
  Historia: La Joven de La Perla o Muchacha con Turbante (Johannes Vermeer, 1632 - 1675) La maestría que demuestra el pintor holandés para dar forma a la perla, es lo que la hace destacable, puesto que se limitó a realizar un sólo trazo en blanco sobre un fondo negro. De esta forma tan sencilla, pero con una excelente precisión, consiguió que su pintura se convirtiera en una obra de arte.(Fuente: http://portaldeartesvisuales.blogspot.com/)



La Lechera- Vermeer

 La lechera
 Autor:Vermeer de Delft 
 Fecha:1658-60 h. 
 Museo:Rijksmuseum 
 Características:45,4 x 41 cm. 
 Material:Oleo sobre lienzo 
 Estilo:Barroco Centroeuropeo
Buena parte de las composiciones de Vermeer presentan a la mujer como vehículo para criticar los vicios de la sociedad holandesa de su tiempo, al igual que la mayoría de los pintores de género del Barroco. Sin embargo, encontramos un pequeño grupo -en el que destaca la Lechera- donde se presenta el modelo en "positivo", mostrando a la mujer como ejemplo de virtudes y como modelo a imitar. La Lechera no sólo destaca por su intimista belleza, sino que además ensalza la labor de la criada, criticada por buena parte de sus contemporáneos como Gerard Dou o Nicolaes Maes. Vermeer nos presenta a la mujer concentrada en su quehacer, con la mirada baja como símbolo de humildad, vertiendo la leche en un cuenco con dos asas. La escena se desarrolla en una sobria estancia con paredes grisáceas en la que destacan los clavos, los agujeros o las grietas de una morada humilde. Sobre la mesa, encontramos un cesto con pan y algunos panecillos fuera de él, lo que para algunos expertos se interpreta como una alusión a la eucaristía, mientras que la leche sería el símbolo de la pureza. 
La potente iluminación inunda la estancia y resalta las brillantes tonalidades, especialmente el amarillo y el azul, utilizando la característica técnica "pointillé" con la que reparte los chispeantes puntos de luz por toda la superficie del lienzo. Esta iluminación debe su origen a los maestros italianos del Renacimiento, especialmente la escuela veneciana, y de los seguidores de Rembrandt, espacialmente Carel Fabritius. 
El cuadro fue desde muy pronto apreciado por los amantes de la pintura de Vermeer, tal y como se pone de manifiesto en el elevado precio pagado por él cuando fue vendido en 1696: 175 florines (Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/3060.htm)



                   Detalles de la imagen 'La lechera. Vermeer. 1658-1660'
Mujer: Vermeer representa a una criada vertiendo leche sobre un cuenco de forma humilde y honesta, con la cabeza agachada, como aceptando su destino.
Luz: En la pintura de Vermeer la luz es algo fundamental, inundando la estancia siguiendo la técnica del pointillé, que es una técnica decorativa a base de puntos que inundan la superficie. Así, la sensación es que los puntos de luz están por toda la estancia.
Bodegón: Representa en primer término un bodegón de pan y cuenco de leche, lo que algunos ven una alusión a la eucaristía y a la pureza.
Ventana: Vermeer representaba sobre todo interiores y en ellos seguía un esquema parecido, con una ventana a la izquierda desde la que entraba el haz de luz que iluminaba toda la estancia, que se veía a medias.
Color: Usa ricos colores pero aquí curiosamente usa sobre todo el amarillo y el azul, los colores holandeses.
Fuente: http://arte.observatorio.info/2008/10/la-lechera-vermeer-1658-1660




PROPÓSITO DE UN CUADRO "LA LECHERA " J.VERMEER 
En un siglo, el XVII, de exaltación de las monarquías y afianzamiento de aristocracias privilegiadas, Holanda, es una sociedad burguesa de comerciantes, hombres de mar, artesanos enriquecidos y valorados por su trabajo. El calvinismo ha introducido en esta sociedad el interés por el trabajo, por las actividades más cotidianas del hombre, porque el éxito en ellas es signo de clara elección salvadora. Por ello, la actividad cotidiana queda así transcendida en otro plano: en el de la predestinación. Escenas sin importancia para otras Escuelas de pintura: una calle, unos síndicos, una mujer leyendo una carta..., adquieren en la pintura holandesa total protagonismo. Al tiempo que recogen los encantos de la existencia cotidiana, la poesía de lo pequeño, el hombre normal.  
La producción de J. Vermeer (Delft l632 - l675) es escasa y en ella no encontraremos temas mitológicos, épicos, religiosos, sino lo que el ojo ve cotidianamente: las personas y su entorno. Parece que su objetivo sea captar un recinto silencioso y en él una, dos (nunca más) personas concentradas en una actividad. Al tiempo parecen mirar hacia dentro de si mismas, pensativas, en una comunión con el recinto en el que viven: La encajera, El pintor en su taller, La carta de amor, La callejuela....Esta pintura de Vermeer tarda en ser comprendida. Solo a mediados del siglo XIX y de la mano de  Realismo, se inicia una corriente admirativa que no ha dejado de crecer hasta hoy. 
En La Lechera, la primera impresión es de una enorme sencillez, que nos permite entrar y situarnos enseguida en una realidad poética. Poesía de los panes, cestas, objetos domésticos....Todos ellos sugieren una íntima relación con la mujer: son su obra o los utensilios que ha usado para hacerla. También el tiempo consumido en esa relación. 
Todo ello: objetos, mujer, interior, en una atmósfera de recogimiento diríamos que religioso. 
La escena parece reposar en el silencio. Oímos sólo la caída atenta de la leche. La concentración de la lechera aleja cualquier otro ruido. Esta impresión de silencio concentrado, de clama, parece apoyarse en una estructura sencilla. Líneas horizontales (disposición de los objetos en la mesa), verticales (caída de los pliegues del mantel,, la  propia mujer, su falda, líneas de la ventana) y diagonales (desde la cesta al ángulo superior derecho), se entrelazan, creando tres planos diferenciados pero sin estridencias, es el arte de la quietud. Primer plano: la disposición de esa naturaleza muerta, auténtico bodegón sobre la mesa. Segundo plano: la lechera, que se yergue magnífica entre los objetos que manipula y el fondo ( sería el tercer plano) iluminado de la pared. 
Esta definición rigurosa de los planos y volúmenes se acentúa con la estructura  cromática: amarillo limón, azul, verde, blanco. Aplicados con una pincelada plana,  punteando sólo algunas formas. El conjunto de amarillos, azules quedan además enriquecidos con el resplandor de "los grumos de luz". Con ellos crea efectos realistas y  poéticos a un tiempo en los panes, la jarra, la leche...Manuel Rivas en el cuento "La  lechera de Vermeer" (1), expresa este efecto diciendo: "...y con la jarra derramas  mariposas de luz."...Sin embargo una línea parece contornear las formas, señalar los  límites. Los objetos no se pierden en el color. La nitidez queda de manifiesto en cada  parcela de color. Es esta nitidez en la luz, la que trasmite, ya en este momento de la  observación de "La lechera", una sensación de plenitud. 
Y la luz. Penetra horizontal por la ventana, ahora cerrada con un cristal. Es ella la que  ordena el espacio en volúmenes más o menos acentuados. Aunque M. Rivas puede efectivamente decir:  ...."Johannes Vermeer encalará con leche  esas paredes, el latón, el cesto, el pan, tus brazos,  aunque en la ficción del cuadro  la fuente luminosa es la ventana"...(i) 
Diríamos que la luz introduce en la quietud una sinfonía de graves (oscuros ), a agudos  en lo más iluminado. Porque los colores tienden a enfriarse en las partes más vivamente  iluminadas (amarillo en la blusa, verde azulado en la mesa..), y a hacerse cálidos en las  partes sombrías ( castaño en los pliegues inferiores de la falda...).No envuelve las zonas 
luminosas con sombras (tenebrismo), sino las zonas sombrías con áreas luminosas. Por  ello, llega a disolver los colores en luz..."que no llegan a su abolición en el negro, sino  en el blanco, como un sonido llegado al más alto grado entre los agudos ...( 2 ) 
Nuestra vista, al final, llega a ésa pared iluminada, como máxima representación de la  quietud, pero también de esa realidad cotidiana perfecta. Hecha de la comunión del  hombre con las cosas que hace en el tiempo, en su vida. Por ello M. Rivas puede decir  poéticamente de la luz de Vermeer que es ..."claridad inefable sacudida de las manos de  Dios..."; al tiempo que también la define como ..."leche por ti ordeñada en el establo  oscuro a la hora de los murciélagos".(1)  
(1) M. Rivas. ¿Qué me quieres amor?. 
(2) Huyghe. La poética de Vermeer.  
Eloísa Fernández de Diego. Profesora de Geografía e Historia.  
(Fuente http://www.educa.madrid.org/web/ies.cervantes.madrid/periodico_archivos/periodico4.pdf)